Discurso Doctoranda. S.A.R. la Infanta Dña. Margarita de Borbón

7 octubre 2003

 

Excelentísimo y Magnífico Señor Rector, Excelentísimo Señor Presidente del Consejo Económico, Ilustrísimo Señor Decano de la Facultad de Medicina, Ilustrísimos Señores Doctores y Profesores, miembros del Equipo Rectoral y del Claustro, Excelentísimos Señores, Señoras y Señores, queridos amigos.

Mis sentimientos al ser investida Doctora Honoris Causa en Farmacia por esta joven, pujante y prestigiosa Universidad Miguel Hernández de Elche, son complejos y difíciles de describir.

Empezaré diciendo que soy plenamente consciente de la importancia de este honor, y de la responsabilidad que conlleva ser la primera Doctora Honoris Causa en Farmacia por esta Universidad, en el marco de su Facultad de Medicina. Y añadiré que mi sentimiento predominante es el de gratitud.

Pero también, después de escuchar la generosísima laudatio que ha pronunciado la Doctora de Felipe, experimento cierta admiración por el hecho de que se considere un mérito hacer aquello que uno quiere hacer, y más aún cuando uno cree que al hacerlo está cumpliendo con su deber. Mi Padre nos inculcó desde la niñez, a mis hermanos y a mí, y lo demostró con su vida entera, que cumplir con el deber es la única forma digna de vivir.

En todo caso, el mérito -disculpen mi franqueza, que no es falsa modestia- no está en mí, sino en los ojos benevolentes de quienes me valoran. Todos esos méritos que con tanta amabilidad se me atribuyen no son sólo míos, en modo alguno.

Son, en primer lugar, méritos que, en el mejor de los casos, comparto con mi esposo el Duque de Soria, y que sin duda alguna son tan suyos como míos. Esto me lleva a una de las razones de mi gratitud personal hacia la Universidad Miguel Hernández y hacia su Facultad de Medicina por hacerme Doctora en Farmacia: como Doctora por la más joven universidad española, puedo ahora codearme al mismo nivel académico con mi esposo, que es Doctor en Medicina por la Universidad de Bolonia, la más antigua universidad europea. Y esto no es irrelevante en una familia como la nuestra en la que lo universitario es sinónimo de excelencia, y para la que la Universidad representa lo más positivo y lo más esperanzador del progreso de la humanidad.

Esta universidad, tan lejana en su pasado de la de Bolonia, y tan próxima en su presente de esa y de todas las universidades, porque todas son Universidad con mayúscula, es la prueba palpable de que la Institución Universitaria como vivero de pensamiento y de conocimiento mantiene hoy la misma vitalidad que hace siglos. El rayo que no cesa, imagen poética tan vinculada a esta Universidad, podría -permítanme la licencia- definir algo que forma parte de la esencia de la Universidad en general. Esa crisis de la Universidad de la que tanto se habla no es nada nuevo: la Universidad siempre ha estado en crisis, precisamente porque está viva y por tanto en desarrollo y transformación permanentes: siempre en vanguardia, abriendo caminos nuevos y recordando y adaptando caminos viejos. El día que la Universidad no esté en crisis será tal vez que ha dejado de ser Universidad.

En segundo lugar, los méritos que hoy me atribuyen los comparto también, como ha quedado claro en la laudatio, con quienes desde la Fundación Duques de Soria trabajan día a día con entusiasmo y eficacia en hacer realidad el compromiso personal de mi esposo y mío de contribuir al estudio, al desarrollo y a la difusión de la ciencia, de las artes y de las letras, y de hacerlo, siempre en colaboración con la Universidad, como expresión de la obligación social que entendemos que comporta ser Duques de Soria.

La evocación de la figura de Mecenas, en la antigua Roma, con que ha empezado la laudatio, me lleva por lo demás a compartir con ustedes unas reflexiones: El mecenazgo del pasado ha experimentado grandes y positivas transformaciones, parejas a las que ha experimentado la misma sociedad. Por eso hoy en día encontramos varios tipos de mecenazgo, evolucionados desde aquel tronco común.

Citaré primero el mecenazgo económico, que hoy prestan sobre todo las empresas, y en el que caben muchas variantes. En nuestra Fundación tenemos la suerte de contar con mecenas tan ejemplares como Caja Duero, que nos apoya respetando sin reservas ni condiciones la independencia de acción que necesita una institución que, como la nuestra -bien lo ha recordado la Doctora de Felipe en sus palabras- se basa en el respeto a la independencia de pensamiento.

Mención aparte merecería la acción de los poderes públicos, distinta del mecenazgo propiamente dicho, en razón del origen y del destino natural de los fondos públicos, pero que constituye una figura próxima.

Hay otra forma cada vez más frecuente de mecenazgo, que es el mecenazgo de entrega, que practican con su tiempo y con su dedicación quienes forman parte de ese nuevo cuerpo social que denominamos voluntariado, que tanto hace por construir un futuro mejor. En nuestra Fundación conseguimos hacer mucho de lo que hacemos gracias a la generosidad de los cientos de mecenas que cada año participan en nuestras actividades desde todos los niveles, sacrificando al menos en parte intereses tan personales como su tiempo o su economía.

Y, por fin, está esa otra forma de mecenazgo que consiste en alentar y dar respaldo social a quienes viven para la ciencia, para el arte, para las letras, a quienes desinteresadamente trabajan para los demás, y a quienes les facilitan los recursos materiales y humanos necesarios. Esta última forma de mecenazgo, el mecenazgo de aliento, es la que pueden y deben prestar quienes por cualquier causa ocupan una posición social públicamente destacada.

En su intervención, la Doctora de Felipe ha señalado muy bien que la Universidad Miguel Hernández tiene no pocos puntos de coincidencia con nuestra Fundación, y yo quiero insistir en ello. El valor de la ciencia como parte inseparable de la cultura, el fomento de la investigación y la búsqueda de la excelencia son algunos de esos puntos. Hay también coincidencias mucho más etéreas, como la poesía que esta Universidad evoca en su nombre, el del inmortal Miguel Hernández, y la que evoca Soria, tierra de poetas, en el nombre de nuestra Fundación. Y hay también vínculos más personales: el Doctor Carlos Belmonte, Director del Instituto de Neurociencias que esta Universidad comparte con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, es Consejero activísimo de nuestra Fundación y miembro de su Comisión Delegada, y es mucho lo que nuestra Fundación debe a su buen criterio, a su dedicación y a su entrega siempre generosa. Además, muchos de los investigadores de ese Instituto de Neurociencias han participado en el área de actividad de nuestra Fundación que se ocupa de las ciencias de la vida y de la salud. Lo cual hace doblemente oportuno que este Doctorado Honoris Causa sea en Farmacia, una de las más antiguas y a la vez más actuales ciencias de la salud.

La Universidad Miguel Hernández, lo hemos oído también a la Doctora de Felipe, con la concesión de este Doctorado Honoris Causa quiere subrayar la importancia creciente que para el progreso cultural y científico de España están adquiriendo las fundaciones que -como la nuestra- persiguen el interés general desde la iniciativa privada. Con todas esas instituciones hermanas comparto pues, en tercer lugar, el mérito de este Doctorado Honoris Causa.

Acabo ya. La laudatio, que ha sido tan abundantemente generosa conmigo, ha sido muy precisa en cuanto a los méritos de nuestra Fundación. Y aunque yo podría, confiando en su paciencia, extenderme sobre las actividades y proyectos de la misma, no conseguiría por razones obvias ser tan objetiva como la Doctora de Felipe, y por eso nada debería añadir. Pero, discúlpenme, no puedo dejar de mencionar que entre las actividades más inmediatas de nuestra Fundación está una del área de ciencias de la salud: el Curso de Terapia Celular que tendrá lugar en la Universidad de Valladolid dentro de un mes y que precisamente reúne a los miembros de la Red de Terapia Celular de la que forma parte -no es coincidencia- el Instituto de Neurociencias de esta Universidad.

No hace falta que diga como conclusión -ya lo han comprendido ustedes- que es sobre todo la Fundación quien ha merecido este Doctorado que se concreta ahora en mi persona, y que por tanto éste es un honor que considero especialmente compartido con cuantos hacen de la Fundación una realidad viva, dinámica y dirigida hacia el futuro.

Los honores, hoy vuelvo a repetirlo, cumplen una importante función social, porque su notoriedad obliga a quienes los reciben a seguir desarrollando la labor merecedora del honor, con una atención redoblada por la ejemplaridad de su carácter público. Por eso, para mí, para el Duque de Soria y para todos los que participan conmigo en los méritos de este Doctorado Honoris Causa, esta investidura académica será un nuevo estímulo para seguir con entusiasmo en la misma dirección. Les aseguro -por lo que me toca- que seguiremos poniendo en ello todo nuestro empeño.

Muchas gracias, otra vez, a la Universidad Miguel Hernández de Elche. Gracias a su Claustro, a su Equipo Rectoral y a su Rector Magnífico, a la Facultad de Medicina y en representación de ella a su Decano, y gracias en general a todos cuantos integran la Universidad: Presidente y miembros del Consejo Económico, profesores, investigadores, personal de administración y servicios, y -por supuesto- alumnos: Gracias a todos por acogerme en esta Comunidad universitaria.

Y gracias también a todos ustedes por acompañarme hoy en la bellísima ciudad de Elche, en este momento para mí tan especial. Muchísimas gracias.

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